La traición habita entre el fuego y el hielo. Las páginas de la historia
están salpicadas de sangre y lágrimas vertidas por sus acciones. El poder que ejerce es tal que a lo
largo de los años ha esculpido cambios cruciales en
el ámbito de la política, la cultura y la sociedad en general.
Según el diccionario, la traición es
aquella falta que quebranta la lealtad o
la fidelidad que se debería guardar hacia alguien o algo. Así, consiste en
renegar, ya sea de palabra o acción, de un compromiso de lealtad. De ahí que en la mayoría de ocasiones,
la traición implique una relación de confianza y afecto profundo. Cuando un ser humano deposita su
confianza en otro y éste actúa de manera contraria a la esperada, hiriéndole de
algún modo, se puede considerar que ha sido traicionado.
En nuestra cultura tenemos grabados a
fuego algunos de los mayores exponentes de esta definición. Entre ellos destaca
la historia de Judas Iscariote,
posiblemente una de las traiciones más antiguas que jamás se hayan documentado.
Según relatan los evangelios, Judas se convirtió en el paradigma de tan odiada
palabra al entregar a su maestro y mentor, Jesús de Nazaret, a los soldados
romanos en el huerto de Getsemaní. El sello de su traición fue un beso, y su recompensa, 30 monedas de
plata. Y aunque más tarde se arrepintió de sus actos, no supo encontrar más
consuelo que la horca con la que segó su
vida.
Otro gran exponente de tan despreciada
palabra es Bruto, destacado
senador romano y amigo íntimo y
personal de Julio César. Descontento con el estado de la República y junto a un
variado grupo de senadores, en el año 44 a.C. comenzó a conspirar contra César. El
elaborado plan terminó en un histórico asesinato a sangre fría. Acusado de
traición, Bruto huyó de Roma. Tiempo después, tras enfrentarse a Marco Antonio
durante una de tantas guerras, se suicidó arrojándose contra su espada antes de ser capturado.
Limpiar
la herida
“Mejor tener un enemigo que te da una bofetada en la cara que un amigo que te clava un puñal por la espalda”, Arthur Schopenhauer.
Posiblemente, en un momento u otro de
nuestra vida todos hayamos sentido su veneno extendiéndose como ácido por nuestras venas. El dolor
resulta tan intenso como
desgarrador. No en vano, en la mayoría de ocasiones viene ocasionado por
alguien a quien conocemos bien. Amigos, Hermanos, Compañeros…La traición es un
mazazo a nuestras expectativas,
a nuestras certezas y a nuestra manera de vivir y de comprender la vida. Un
estigma que resulta difícil de superar.
La
traición juega fuerte y no conoce fronteras. En muchas ocasiones asoma su fea
tez entre buenos amigos y
Hermanos que dejan de serlo por las decisiones y actitudes de uno u otro a
causa de sus intereses personales.
En todos estos casos entra en juego la
falta de empatía y la
priorización de los propios intereses sobre los del otro. Una vez se ha
cometido la traición, por la razón que sea, llega la parte más difícil. ¿Cómo
podemos curar la herida que
nos deja?
Si nos permitimos la reflexión, podremos
comprobar que todo se reduce a sentir que han violado nuestra
confianza, nuestro afecto y,
sobretodo, nuestras expectativas.
La lealtad hacia uno mismo
Llegados a este punto, podemos optar por cortar por completo nuestra
relación con nuestro particular ‘traidor’. Darle la espalda y renegar de la
relación que hemos mantenido hasta ese momento. Esa sensación de pérdida, de
ira mezclada con triste desazón nos continuará acompañando durante mucho
tiempo.
Pero tenemos otra opción. Implica poner
todo lo que está en nuestras manos para poder llegar a comprender las
turbulentas decisiones y
acciones de esa persona, cuestionándonos todos los aspectos de lo sucedido, y
no rendirnos hasta alcanzar la tranquilidad y la serenidad que tan sólo puede otorgar el perdón.
El camino no es fácil, parece mucho más
claro y expeditivo encerrar todo el asunto bajo llave en un cajón. Quedarnos en el dolor y el agravio que consideramos que nos
han infligido injustamente, y no ir más allá. Pero si aspiramos a trascender
esa traición, a limpiar y curar definitivamente
esa herida, tenemos que empezar por poner en práctica la empatía, la capacidad
de ponernos en la piel del otro. Eso no significa que estemos de acuerdo o justifiquemos sus acciones.
Simplemente nos ayuda a cuestionar nuestra
postura.
Por otro lado, vale la pena tener en
cuenta que en la gran mayoría de ocasiones en las que se fragua una traición no hay una
intención intrínseca de hacer daño.
Hay ignorancia, egocentrismo y torpeza,
sin duda, pero en contadas ocasiones encontramos maldad.
En última instancia, establecer cualquier
tipo de relación implica asumir que no todo va a ser como nos gustaría o como esperamos que fuera. Podemos
optar por convertirnos en víctimas perennes de su alargada sombra…o, simplemente arriesgarnos a Vivir.
NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA
GLORIAM