La Eucaristía todos los días del año, en cada Santa Misa el
sacerdote realiza el mayor de todos los milagros: convertir un pedazo de pan en
el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, ofreciendo así a Dios el
sumo sacrificio de alabanza.
Este Pan se da a los fieles como alimento y se conserva en
los Sagrarios para que Cristo presente en él, sea el centro y el sostén de la
vida de todos los cristianos.
¡Qué importante que celebremos a diario en lo profundo de
nuestra alma agradecida tan admirable Don! ¡Cristo presente bajo las
apariencias del Pan y del Vino! ¡Cómo no alabar y celebrar con todo el fervor
de nuestro amor a Cristo presente, real y sustancialmente en la Eucaristía!.
Es este un misterio vivo, siempre actual, y en esto nos
induce a reflexionar el Evangelio de San Juan en el capítulo 6, versículo 51:
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá
para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
La Eucaristía es un pan tan vivificador que es germen de la
vida eterna, y esto es así, porque es el Cuerpo del que es “la vida”. Los
hebreos después de comer el maná en el desierto, murieron, en cambio, “el que
coma de este pan vivirá para siempre”.
La Eucaristía es el recuerdo de la muerte del Señor y ofrece
a los fieles el mismo Cuerpo de Cristo que se inmoló por nosotros en la cruz, y
es también el recuerdo de su resurrección porque es el “pan vivo” en el que
Cristo está presente y viviente como lo está en la gloria del cielo.
“Este es el sacramento de nuestra fe”, proclama la Iglesia
cada vez que consagra la Eucaristía en la Santa Misa. “Sacramento de fe”,
debemos repetir nosotros, los cristianos, cada vez que nos acercamos a
recibirlo.
Pero también es el “Sacramento del Amor”, por el que Cristo
ha llevado hasta el extremo la entrega de sí mismo. Después de haber dado la
vida por la humanidad, se da a ella como alimento, y no una vez, sino
continuamente, cada día, “hasta que vuelva”.
Que estas reflexiones sobre el “Corpus Christi” nos hagan tomar
conciencia de la importancia fundamental que tiene para nuestra vida la
recepción digna, frecuente, con el alma limpia de pecado, de la Sagrada
Eucaristía.
Tenemos una cita de honor con Cristo presente en la Sagrada
Comunión, para adorarlo, darle gracias, recibirlo como nuestro alimento, un
alimento que perdura hasta la vida eterna.
NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA
GLORIAM