El
mensaje de Jesús fue la proclamación de que el Reino de Dios llegaba con su
persona. ¿Entendía Jesús la llegada del Reino de Dios como la santificación de
las personas aisladamente, desvinculadas entre sí?
Jesús va
formando poco a poco el grupo de discípulos con hombres y mujeres, con personas
de distintas profesiones, niveles sociales y hasta posiciones políticas. Y los
somete a un proceso de educación creciente para que comprendan y vivan los
valores del Reino. En este proceso se producen crisis. Muchos de los llamados
se vuelven atrás.
Es Jesús quien llama, pero ¿a qué? La
respuesta que da el Evangelio es genérica y global: a seguirle. Es decir, a ir
en pos de él, a recorrer su propio camino. Por tanto, se exige sobre todo una
gran confianza en él; confianza total, entrega completa a la persona de Jesús.
Porque no dice: «Ven a hacer esto o aquello», sino: «Ten confianza en mí».
Añade, además: «Os haré pescadores de hombres». Con ello apunta a un cambio de
dedicación. En realidad, Jesús llama a sus discípulos a repetir, acompañados
por él, su propia vida y misión. Y esa habrá de ser en adelante la tarea
fundamental de los llamados. Una tarea que englobará y dará nuevo sentido a
toda su existencia .El signo más claro de que Jesús pensaba en una comunidad es
la formación de un grupo de discípulos. Ciertamente Jesús buscaba el corazón de
cada hombre para hacer de él una nueva criatura. Pero sería desconocer su
personalidad si se quisiera hacer de él un profeta sublime que esparce a boleo
su palabra, sin la preocupación humana de crear una comunidad.
Tome su
cruz…»: Primero la mía. Más pronto o más tarde, en la vida de todo hombre
aparece el sufrimiento que lo cambia todo. Es una prueba que, o destruye o
madura. El sufrimiento mal encajado rebela, endurece y agria el corazón humano;
el sufrimiento aceptado ensancha la capacidad de amar y comprender, humaniza y
fecunda. Aceptar el sufrimiento es tratar de vivirlo con amor y situarlo en la
perspectiva de la esperanza, vivirlo como dolor de parto y no como dolor de
muerte. Decía Jesús: «Os afligiréis, pero vuestra tristeza se convertirá en
alegría» (Jn. 16,20). Pero, además, hay que llevar también las cruces de los
otros. Tomar la cruz significa también saberse complicar la vida en favor de
los hermanos; no sólo preocuparse por lo propio, sino hacer del dolor y
sufrimiento de los otros nuestro propio sufrimiento.
NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA
GLORIAN