Querido Hermano Templario, considra como la oración es la
clave de la felicidad verdadera, la panacea universal, la sólida sabiduría.
Imposible parece que creyendo lo que creemos, y oyendo tan frecuentemente las
palabras de Jesús, no seamos más aficionados a ella. Y más imposible aún parece
que, sabiendo la promesa que ha hecho Jesús al que ora, lo hagamos con
desconfianza, como si nuestras palabras se perdiesen en el vacío. Sabemos que
Jesús ora con nosotros; que el Padre Eterno nos ama con ternura mayor que todos
los padres han amado sus hijos; y, con todo, oramos con languidez y hablamos
con Dios de un modo tan distraído, que no osaríamos hacerlo con ningún hombre.
No es extraño que no reportemos de la oración aquel gozo lleno que desea Jesús.
Parece que solo sabemos hablarle con fervor cuando le pedimos lo bajo de su
casa, esto es, los bienes materiales.
Hermano Templario, ¿Cuándo nos penetraremos de los deseos y
sentimientos de nuestro Salvador y le pediremos lo que le agrada? Tiempo es ya
de que, enmendando lo pasado, nos resolvamos a orar como conviene, y a mirar la
oración como la primera de nuestras.
NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA GLORIAM