LA SEMANA MAYOR DE NUESTRA FE
DOMINGO
DE RAMOS
El Domingo
de Ramos abre solemnemente la Semana Santa, con el recuerdo de las palmas y de
la pasión, de la entrada de Jesús en Jerusalén y la liturgia de la palabra que
evoca la Pasión del Señor en el Evangelio. En este día, se entrecruzan las dos
tradiciones litúrgicas que han dado origen a esta celebración: la alegre,
multitudinaria, festiva liturgia de la iglesia madre de la ciudad santa, que se
convierte en mimesis , imitación de los
que Jesús hizo en Jerusalén, y la austera memoria anamnesis de la pasión que
marcaba la liturgia de Roma. Liturgia de Jerusalén y de Roma, juntas en nuestra
celebración. Con una evocación que no puede dejar de ser actualizada.
Con este día
comienza el camino de Jesús, que es también nuestro camino. Un camino de gozo y
de alegría, “bendito el que viene en el nombre del Señor, hosanna en el cielo”,
pero que lleva consigo también, el camino de la infidelidad y de la traición.
“Crucifíquenlo, crucifíquenlo”. La misma gente que lo proclama rey, quiere
verlo crucificado, Aquí Jesús nos enseña a asumir la vida como viene, con sus
luces y sus sombras, confiando en la voluntad del Padre bueno, convencido de
que pase lo que pase, él nunca nos abandonará.
Con este
nombre se le conoce propiamente a los oficios celebrados los días de jueves a
sábado. Del mismo modo que la semana tiene su punto de partida y su momento
culminante en el domingo, día del Señor, celebración semanal de la pascua, así
el santo Triduo Pascual de la Pasión y Resurrección del Señor Jesús, es el
punto culminante de todo el año litúrgico. El santo Triduo Pascual se prepara
en el tiempo de Cuaresma y se prolonga en la alegría de los cincuenta días del
Tiempo Pascual. Dada la importancia que él reviste, el Triduo Pascual ha de
prepararse y celebrarse con esmero y reverencia.
JUEVES
SANTO
La liturgia
del jueves Santo es una invitación a profundizar concretamente en el misterio
de la Pasión de Cristo, ya que quien desee seguirle tiene que sentarse a su
mesa y, con máximo recogimiento, ser espectador de todo lo que aconteció 'en la
noche en que iban a entregarlo'. Y por otro lado, el mismo Señor Jesús nos da
un testimonio idóneo de la vocación al servicio del mundo y de la Iglesia que
tenemos todos los fieles cuando decide lavarle los pies a sus discípulos. Hoy
inicia la fiesta de la "crisis pascual", es decir de la lucha entre
la muerte y la vida, ya que la vida nunca fue absorbida por la muerte pero si
combatida por ella. La noche del sábado de Gloria es el canto a la victoria
pero teñida de sangre y hoy es el himno a la lucha pero de quien lleva la
victoria porque su arma es el amor.
El Jueves
Santo nos invita a pensar y a reflexionar, en la manera nueva como Dios quiere
que vivamos, y Jesús nos lo enseña con su propia vida, él nos dice que nuestro
Padre quiere que vivamos como hermanos, que no seamos egoístas, que aprendamos
a ayudarnos unos a otros, que sirvamos a nuestros hermanos, porque en eso
encontraremos la alegría, que sepamos compartir lo poco o mucho que tenemos,
que no pensemos nada más en nosotros, sino que recordemos que a los ojos de
Dios todos valemos lo mismo, en el reino de Dios no hay privilegios ni clases,
porque el sueño de Dios es que lleguemos a ser una familia, la familia de los
hijos amados de Dios. “les he dado ejemplo, para lo que yo he hecho con
vosotros, también vosotros los hagáis”.
VIERNES
SANTO
La tarde del
viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario.
La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de
esperanza. Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el
misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo Amado, de la Madre, del
soldado que le traspasó el costado.
Y los títulos
de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de
la cruz, y el patíbulo es trono desde donde el reina. Es sacerdote y templo a
la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo
Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el
sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del
Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos.
Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres
vuelven hacia él la mirada.
En este día
Jesús nos enseña a vivir nuestra fe y nuestra confianza en Dios, atravesando el
camino del dolor y del sufrimiento. Nuestra fe y nuestro seguimiento a Jesús,
no nos exenta del dolor y del sufrimiento, sino que nos da fuerza y esperanza
en medio de la noche del dolor, el dolor solo es posible vencerlo y superarlo
cuando lo aceptamos y los asumimos en la fe y en la esperanza en Dios, que nos
conforta y nos consuela en todo momento.
SÁBADO SANTO
Durante el
Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su
pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno
su resurrección. Es el día del silencio: la comunidad cristiana vela junto al
sepulcro. Callan las campanas y los instrumentos. Es día para profundizar. Para
contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío.
El sábado
Santo. En este día Jesús nos enseña a esperar contra toda esperanza, a saber
confiar en Dios, aún en su silencio. Porque el silencio de Dios es el espacio
existencial donde Dios nos deja en libertad para que nos realicemos. Dios
guarda silencio no porque no tenga que decirnos, sino porque todo está dicho ya
en su Hijos Jesucristo. Saber esperar, saber descubrir a Dios aún en su
silencio, esa es la verdadera fe. “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó
nuestros dolores” (Is. 52, 53).
Es un día de
meditación y silencio. Eso sí, no es un día vacío en el que "no pasa
nada". Ni un duplicado del viernes Santo. La gran lección es ésta: Cristo
está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a
donde puede bajar una persona. Y junto a Él, como su Madre María, está la
Iglesia, la esposa. Callada, como él.
La Cruz
sigue entronizada. Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de
victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el mal de la
humanidad. En este día Jesús nos enseña a esperar contra toda esperanza, a
saber confiar en Dios, aún en su silencio. “Esta noche santa ahuyenta los
pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los
tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón
Pascual).
DOMINGO
DE PASCUA DE RESURRECCIÓN
El domingo
de Resurrección o Vigilia Pascual es el día en que incluso la iglesia más pobre
se reviste de sus mejores ornamentos, es la cima del año litúrgico. Es el
aniversario del triunfo de Cristo. Es la feliz conclusión del drama de la
Pasión y la alegría inmensa que sigue al dolor. Y un dolor y gozo que se funden
pues se refieren en la historia al acontecimiento más importante de la
humanidad: la redención y liberación del pecado de la humanidad por el Hijo de
Dios.
Este día es
el gran acontecimiento, es el día de la luz, el día de la renovación del género
humano, el día de la vida, el día de la victoria de Dios y de su Hijo, y de su
Reino. Dios nos vuelve a hablar, rompe su silencio, nos vuelve a decir que nos
ama con amor eterno, que su amor es para todos, que su amor es para siempre,
que él está vivo y vive para siempre, y que nada nos puede apartar de su amor.
“No busquéis ente los muertos al que está vivo no está aquí, ¡ha resucitado!”.
Pascua es
victoria, es el hombre llamado a su dignidad más grande. ¿Cómo no alegrarse por
la victoria de Aquel que tan injustamente fue condenado a la pasión más
terrible y a la muerte en la cruz?, ¿por la victoria de Aquel que anteriormente
fue flagelado, abofeteado, ensuciado con salivazos, con tanta inhumana
crueldad?.
Este es el
día de la esperanza universal, el día en que en torno al resucitado, se unen y
se asocian todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las humillaciones,
las cruces, la dignidad humana violada, la vida humana no respetada. Nuestra fe
católica es excelsa y en ella se encuentran los medios necesarios para conocer
a Dios y alcanzar la salvación, conócela más, profundízala y sobre todo
practícala, y te darás cuenta que has encontrado un tesoro inmenso, el tesoro
de la fe.
NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA