La Inmaculada Concepción de María entona
perfectamente con el espíritu del Adviento.
Mientras la Iglesia se prepara a la venida del Redentor, es muy justo
acordarse de aquella mujer -“la Purísima”- que fue concebida sin pecado porque
iba a ser su Madre.
Con María comienza la lucha entre el
linaje de la Mujer y el linaje de la serpiente: lucha desde el primer origen de
la Virgen, habiendo sido ella concebida sin mancha alguna de pecado y por lo
tanto en completa oposición a Satanás. Lucha que se convertirá en hostilidad
gigantesca y se resolverá en victoria cuando Jesús, el “linaje” de María,
vendrá al mundo destruyendo el pecado. De esta manera la vocación de María
ocupa un lugar primerísimo en la historia de la salvación: Ella es la Madre del
Redentor y al mismo tiempo la primera redimida, preservada de toda sombra de
culpa en previsión de los merecimientos de Jesús.
Sin embargo, el privilegio de la
Inmaculada no consiste sólo en la ausencia del pecado original, sino mucho más
en la plenitud de su gracia. Nos dice la Constitución Dogmática “Lumen Gentium”
del Concilio Vaticano II: “La Madre de Jesús, que dio a luz a la vida misma que
renueva todas las cosas... fue enriquecida por Dios con dones dignos de tan
gran dignidad…, enriquecida desde el primer instante de su concepción con
esplendores de santidad del todo singular”. El saludo del Arcángel Gabriel,
“Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” constituye el testimonio más
válido de la Inmaculada Concepción de María, ya que no sería en sentido total
“llena de gracia” si el pecado la hubiera tocado aunque no fuera más que por un
levísimo instante.
De esta manera la Virgen comenzó su
existencia con una riqueza de gracia mucho más abundante y perfecta que la que
los más grandes santos alcanzan al final de su vida. Si consideramos luego su
absoluta fidelidad y su total disponibilidad para con Dios. Al texto evangélico
que presenta a María como “llena de gracia” corresponde la carta de san Pablo a
los Efesios. “Bendito sea Dios… que en Cristo nos bendijo con toda bendición
espiritual en los cielos… La Virgen ocupa el primer puesto en la bendición y en
la elección de Dios, ya que es la única criatura santa e inmaculada en sentido
pleno y absoluto.
La Virgen de Nazaret encabeza así las
filas de los redimidos; con Ella comienza la historia de la salvación, a la
cual María colabora dando al mundo a Aquel por quien los hombres son salvados.
Cuantos creen en el Salvador no hacen más que seguir a María, y tras ella y no
sin su mediación han sido bendecidos y elegidos por Dios “en Cristo para ser
santos e inmaculados… en caridad”.
Y así como la plenitud de gracia de María floreció en plenitud de amor a
Dios y a los hombres, también en los creyentes la gracia debe madurar, en
frutos de caridad hacia Dios y hacia a los hombres, para gloria del Altísimo y
aumento de la Iglesia. Que la Inmaculada nos muestre, en el tiempo y en la
eternidad, el fruto bendito de su
vientre, Jesús.
NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA
GLORIAM