Los que tenemos fe convivimos en el mundo con personas
que no tienen fe. En la sociedad hay personas que tienen una conducta
intachable y otras cuya conducta es reprochable. Por eso, la liturgia nos
presenta a un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, rico en amor y
fidelidad.
La Liturgia de la Palabra se presenta hoy como un
himno a la misericordia de Dios y lleva a reflexionar sobre este consolador
atributo divino, para alimentar nuestra confianza en el Señor y estimularnos a
reproducirlo en nuestra conducta propia. Con frecuencia entre los hombres la
fuerza acaba con la justicia y ahoga la indulgencia; no así en Dios, cuyo poder
es también fuente de justicia y de misericordia, y se identifica con ellas. Así
templa los justos castigos con una espera clemente, para dar a los hombres
“lugar al arrepentimiento”
Un labrador no razonaría así: escardaría el grano para
librarlo de la mala hierba. Es que no se trata de una lección de agricultura,
sino demostrar cuál es la actitud de Dios frente a los buenos y a los malos. En
la explicación de la parábola se dice que “el campo es el mundo”, donde Jesús,
el Hijo del hombre, siembra el reino de los cielos. “La buena semilla son los
ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que
la siembra es el diablo.
En este mundo el Reino de los cielos está en fase de
evolución y crecimiento, por eso no hay separación neta entre buenos y malos;
Dios no la quiere, y permite que vivan los unos junto a los otros sea para probar
a los primeros y consolidarlos en la virtud, sea para dar tiempo a los segundos
de convertirse, y aun porque no se excluye que en un momento dado la buena
semilla degenere en cizaña. Así como en esta vida nadie es definitivamente
partidario del Maligno, pues siempre puede apartarse del mal, tampoco es nadie
definitivamente ciudadano del Reino, ya que por desgracia puede pervertirse.
La parábola, pues, es una invitación a todos a la
vigilancia, a no dejar pasar en vano la hora de la gracia y a estar prontos
para la siega, porque “lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será
el fin del tiempo”. Entonces “todos los corruptores y malvados” serán arrojados
“al horno encendido”, mientras “los justos brillarán como el sol en el Reino de
su Padre”. La indulgencia misericordiosa de Dios se cambiará un día en juicio
irrevocable para los que se obstinaron en el mal.
Entretanto los “ciudadanos del Reino” son invitados a
imitar la misericordia del Padre celestial aceptando pacientemente las
dificultades provenientes de la convivencia con los enemigos del bien y
tratándolos con bondad fraterna en la esperanza de que, vencidos por el amor,
cambien de conducta.
Se debe también recurrir a la oración, para que Dios
ponga un dique a la inundación del mal y defienda a sus hijos del contagio; el
cómo hay que dejárselo a él. Viene, pues, muy a propósito la palabra de san
Pablo: “Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene”; pero el Espíritu Santo
lo sabe; y pues “su intercesión por los santos es según Dios”, hay que dejar la
causa del bien en sus manos.
La liturgia de hoy es consoladora. Vemos cómo Dios sabe esperar y nos colma
con la feliz esperanza del arrepentimiento y el perdón. Porque nuestro Dios es
compasivo y bondadoso, lento para enojarse y rico en amor y fidelidad.