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viernes, 24 de abril de 2020

REFLEXIONES DEL MAESTRE


Querido Hermano Templario, considera cuáles fueron las Siete Palabras que Cristo nuestro Señor habló desde la Cruz, pondera que la primera, estando nuestro Señor Jesucristo lleno de dolores en todo su cuerpo, sin hallar lugar de descanso en aquella dura cama de la Cruz, a ese tiempo levantaría sus divinos ojos al cielo, y derramando lágrimas de ternura y compasión, abrió su divina boca, no para que bajase fuego de allá, como pidió Elías, sino para rogar a su eterno Padre perdonase a aquellos que allí estaban, y el pecado que hacían en sacrificarle. Sacarás de aquí cuán a la letra cumple Nuestro Señor el precepto que te ha dado, de amar a tus enemigos, y de orar por los que te persiguen.

Examina, que la segunda palabra que tu Redentor habló desde la cátedra de la Cruz fue perdonar al buen ladrón, y darle el cielo, por haberle él confesado su culpa y declarado la inocencia de Cristo nuestro Señor; y llamándole Rey a boca llena, le dijo: Acuérdate, Señor, de mi, cuando estuvieras en tu reino; y así lo hizo Jesucristo nuestro Señor, pondera que sí con tanta liberalidad premia Dios al que solamente le siguió ni tres horas un día, ¿cómo premiará al que le sirviera y siguiere con perfección todas las horas, días y edades de su vida?.

Medita también, Hermano, que la tercera palabra que Cristo nuestro Señor bien habló desde el ara de la Cruz fue encomendar a su Madre a San Juan y San Juan a su Madre, y luego la tomo el Evangelista por suya, y la amó con especial amor. Pondera el sentimiento tan grande que causó en el corazón de la Virgen esta palabra de encomienda; porque se le daba en trueque un partido tan desigual, cómo era por el Hijo de Dios vivo el hijo de un pescador pobre, por el Maestro del cielo el discípulo de la tierra, por el Señor el criado, y por el que todo lo puede el que nada puede sin Su gracia. Saca de aquí un deseo grande de tomar a esta Señora por Madre tuya, como buen mariano que eres por ser Templario, y amarla y servirla con especial cuidado.
Considera que la cuarta palabra que dijo Jesucristo nuestro Señor a su eterno Padre, mostrando la aflicción que sentía por el interior desamparo, fue decir en alta voz: "Dios mío, Dios mío, ¿porque me has desamparado?" Pondera como el eterno Padre dejaba penar y padecer a la Humanidad Santísima de su eterno Hijo, sin librarle de aquellos terribles trabajos y dolores por nuestro bien y remedio, en los cuales no hallaba descanso en cosa alguna. Por ello sentirás de aquí dolor y compasión de ver que apenas hay quien se aproveche de su pasión, ni acompañe a este Señor en sus duros trabajos, pues sus discípulos le habían desamparado y su pueblo dejado. Pídele con amor que no te deje, ni desamparare ahora, ni en la hora de la muerte.
Reflexiona, la quinta palabra que Nuestro Señor habló estando ya todo expuesto, y por la mucha sangre que había derramado secas las entrañas, y agotadas las fuentes de las venas, tuvo naturalmente grandísima sed, y así dijo: "Sed tengo". Pondera que además de esta sed corporal que tenía, la tuvo Jesucristo nuestro Señor de tres cosas: La primera fue una sed insaciable de obedecer a su eterno Padre en todas las cosas, sin dejar ninguna por penosa que fuera; la segunda fue un entrañable deseo de padecer por nuestro amor, mucho más de lo que había padecido; la tercera sed fue la que tuvo de la salvación de las almas, y en particular de la tuya, y de que le sirvieses con perfección.

La sexta palabra que Cristo nuestro Señor habló desde aquel trono de la Cruz fue decir: "Consummatum est". Acabado y cumplido es todo cuanto mi Padre me mandó padecer desde el pesebre hasta la cruz. Pondera como este mismo Señor, que está en ignominioso trono para espirar, volverá el día del juicio en otro diferente de gloria y majestad para juzgar, y dirá también esta palabra: Consummatum est. "Ya es acabado el mundo y su gloria vana; ya son acabados los deleites de los malos y trabajos de los buenos". De aquí podrás sacar deseos de vivir de tal manera, que en la hora de la muerte puedas decir: Acabado he mi vida, en la cual he cumplido, como buen cristiano y buen Templario, con las obligaciones de mi estado.
Considera que la última palabra que Cristo nuestro Señor habló desde la Cruz, estando ya para expirar, fue encomendar en las manos del Eterno Padre su espíritu. Pondera lo primero, que no dice le encomienda su hacienda, porque no tiene; no su honra porque no le da cuidado; no su cuerpo, porque no es lo que más estima; si no su espíritu, que es lo principal del hombre.

Por último, sacarás de aquí deseos en el tiempo de tu vida y en la hora de tu muerte de encomendar en las manos de tu Dios tu espíritu, pues de ellas depende Templario la dichosa suerte de tu salvación.

Fr. ++++  José Miguel de Nicolau y González

NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA GLORIAM