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viernes, 10 de junio de 2016

DISCÍPULO DE JESÚS

El mensaje de Jesús fue la proclamación de que el Reino de Dios llegaba con su persona. ¿Entendía Jesús la llegada del Reino de Dios como la santificación de las personas aisladamente, desvinculadas entre sí?
Jesús actuó entre los hombres de modo humano. Y los hombres vivimos juntos. Por eso Jesús hizo lo mismo que hiciera Dios en el Antiguo Testamento: formó un pueblo.


Jesús va formando poco a poco el grupo de discípulos con hombres y mujeres, con personas de distintas profesiones, niveles sociales y hasta posiciones políticas. Y los somete a un proceso de educación creciente para que comprendan y vivan los valores del Reino. En este proceso se producen crisis. Muchos de los llamados se vuelven atrás.
Es Jesús quien llama, pero ¿a qué? La respuesta que da el Evangelio es genérica y global: a seguirle. Es decir, a ir en pos de él, a recorrer su propio camino. Por tanto, se exige sobre todo una gran confianza en él; confianza total, entrega completa a la persona de Jesús. Porque no dice: «Ven a hacer esto o aquello», sino: «Ten confianza en mí». Añade, además: «Os haré pescadores de hombres». Con ello apunta a un cambio de dedicación. En realidad, Jesús llama a sus discípulos a repetir, acompañados por él, su propia vida y misión. Y esa habrá de ser en adelante la tarea fundamental de los llamados. Una tarea que englobará y dará nuevo sentido a toda su existencia .El signo más claro de que Jesús pensaba en una comunidad es la formación de un grupo de discípulos. Ciertamente Jesús buscaba el corazón de cada hombre para hacer de él una nueva criatura. Pero sería desconocer su personalidad si se quisiera hacer de él un profeta sublime que esparce a boleo su palabra, sin la preocupación humana de crear una comunidad.
Tome su cruz…»: Primero la mía. Más pronto o más tarde, en la vida de todo hombre aparece el sufrimiento que lo cambia todo. Es una prueba que, o destruye o madura. El sufrimiento mal encajado rebela, endurece y agria el corazón humano; el sufrimiento aceptado ensancha la capacidad de amar y comprender, humaniza y fecunda. Aceptar el sufrimiento es tratar de vivirlo con amor y situarlo en la perspectiva de la esperanza, vivirlo como dolor de parto y no como dolor de muerte. Decía Jesús: «Os afligiréis, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn. 16,20). Pero, además, hay que llevar también las cruces de los otros. Tomar la cruz significa también saberse complicar la vida en favor de los hermanos; no sólo preocuparse por lo propio, sino hacer del dolor y sufrimiento de los otros nuestro propio sufrimiento.
NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO D

GLORIAN