Querido Hermano Templario, considera el ejemplo de perfecta
paciencia que Jesucristo nos da en la Eucaristía, sufriendo tanto olvido,
frialdad e irreverencia. Trae a la memoria tanta multitud de iglesias
desaseadas, pobres y abandonadas, en qué habita deseoso de comunicarse a las
almas. ¿Y no es ésta una herida profunda para su tierno corazón? Los palacios de los ricos están atestados de
gente que corren a hacerles la corte, y las moradas del soberano dominador de
cielos y tierra están desiertas, sin que nadie vaya a acompañarle durante el
día.
Y entre los que se acercan, cuántos en vez de aliviarle el
dolor de las injurias que aquí recibe se
lo exacerban.
Cuántos comulgan llenos de tibieza, sin amor y sin
preparación, y después de recibir el Cuerpo y sangre de su Dios casi no dan
señal alguna de gratitud, ni se detienen a dar gracias, como si hubiesen
recibido no ya el pan de los ángeles, sino un pan y un elemento ordinario.
Pero aún hay más; mira cuántas irreverencias, cuántas
profanaciones, ante su adorable majestad, y lo que debe ser más doloroso, manos
impuras e inicuas le manejan muchas veces sobre sus aras.
Hermano Templario, recorre con el pensamiento el olvido, las
irreverencias, los desprecios, los insultos, los sacrilegios que sufre Jesús
por parte de los cristianos en el Santísimo Sacramento. Considera las
circunstancias de tiempo, modo y número de personas que graban estos ultrajes,
y te darás cuenta del cúmulo de infidelidades e ingratitudes y de penas que
recibe el afectuoso Corazón de Jesús.
NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA GLORIAM