Estos
enigmáticos caballeros, que siempre han cabalgado entre la realidad histórica y
la leyenda, llegaron a Córdoba en 1236, cuando Fernando III El Santo les hizo
entrega de una serie de posesiones en agradecimiento por su ayuda durante la
reconquista. La más importante fue quizás la fortaleza islámica, situada en el
extremo sur del Puente Romano, que se convertiría en la actual Torre de la
Calahorra, donde aún se puede contemplar la cruz de Tau sobre una de sus aspilleras.
También recibieron la mezquita del Amir Hisham, que derribaron para levantar su
propia iglesia gótica aprovechando el alminar como campanario. Y un cortijo a
orillas del Guadalquivir, situado donde hoy se encuentra la modesta ermita de
los Santos Mártires.
No es
casualidad que a pocos metros de la iglesia que perteneció al Temple, siempre
rodeado por un halo misterioso y herético, se encuentre la plaza elegida por
las hechiceras cordobesas para celebrar siglos después sus aquelarres, conocida
como el panderete de las brujas. Fernando III también obsequió a la orden
templaría con varias propiedades en la provincia, principalmente en Castro del
Río y Almodóvar. Este último suponía un enclave de importancia estratégica para
la vigilancia del camino entre Córdoba y Sevilla, y por eso, en 1240 los
caballeros de la cruz paté recibieron a las afueras de la población, un cortijo
con más de quinientas fanegas de tierra plantadas de olivos, que hoy en día
continúa llamándose Cortijo del Temple.
Fr. +++ Carlos M. Gradoli
NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA GLORIAM