Reflexión
Empezamos
el año festejando a la Virgen. Es una oportunidad de oro para ponernos en sus
manos desde el primer respiro del año. Los hombres, al igual que hace más de
dos mil años, siguen necesitando de Cristo. Pero pocos le reciben y le aceptan,
porque se olvidan del ejemplo que nos da María.
Madre,
bendición y memoria. En el designio de Dios, que es fuente de la maternidad,
ésta es siempre una bendición: como a María, se puede decir a toda madre:
"Bendito el fruto de tu vientre".
Una
bendición primeramente para la misma mujer, que mediante la generación da
cumplimiento a la aspiración más fuerte y más noble de su constitución, de su
psicología y de su intimidad. Muchas devociones y plegarias marianas
constituyen una prolongación de la misma liturgia y a veces han contribuido a
enriquecerla, como en el caso del Oficio en honor de la Bienaventurada Virgen
María y de otras composiciones que han entrado a formar parte del Breviario.
La primera
invocación mariana que se conoce se remonta al siglo III y comienza con las
palabras: «Bajo tu amparo (Sub tuum praesidium) nos acogemos, santa Madre de
Dios...». Pero la oración a la Virgen más común entre los cristianos desde el
siglo XIV es el «Ave María».
Repitiendo
las primeras palabras que el ángel dirigió a María, introduce a los fieles en
la contemplación del misterio de la Encarnación. La palabra latina «Ave», que
corresponde al vocablo griego xaire, constituye una invitación a la alegría y
se podría traducir como «Alégrate». El himno oriental «Akáthistos» repite con
insistencia este «alégrate». En el Ave María llamamos a la Virgen «llena de
gracia» y de este modo reconocemos la perfección y belleza de su alma.
La
expresión «El Señor está contigo» revela la especial relación personal entre
Dios y María, que se sitúa en el gran designio de la alianza de Dios con toda
la humanidad. Además, la expresión «Bendita tú eres entre todas las mujeres y
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús», afirma la realización del designio
divino en el cuerpo virginal de la Hija de Sión.
Al invocar
a «Santa María, Madre de Dios», los cristianos suplican a aquella que por
singular privilegio es inmaculada Madre del Señor: «Ruega por nosotros
pecadores», y se encomiendan a ella ahora y en la hora suprema de la muerte.
En la
devoción mariana ha adquirido un puesto de relieve el Rosario, que a través de
la repetición del «Ave María» lleva a contemplar los misterios de la fe.
También esta plegaria sencilla, que alimenta el amor del pueblo cristiano a la Madre
de Dios, orienta más claramente la plegaria mariana a su fin: la glorificación
de Cristo.
A menudo,
la piedad popular une al rosario las letanías, entre las cuales las más
conocidas son las que se rezan en el santuario de Loreto y por eso se llaman «lauretanas».
Así, la
devoción a la Madre de Dios, alentando la confianza y la espontaneidad,
contribuye a infundir serenidad en la vida espiritual y hace progresar a los
fieles por el camino exigente de las bienaventuranzas.
Finalmente,
queremos recordar que la devoción a María, dando relieve a la dimensión humana
de la Encarnación, ayuda a descubrir mejor el rostro de un Dios que comparte
las alegrías y los sufrimientos de la humanidad, el «Dios con nosotros», que
ella concibió como hombre en su seno purísimo, engendró, asistió y siguió con
inefable amor desde los días de Nazaret y de Belén a los de la cruz y la
resurrección.
Oración
Gracias,
Señor, por permitir que inicie este año buscando tener un momento de intimidad
contigo en la oración. Invoco a tu santísima Madre para que me ayude a
contemplar su ejemplo y virtudes. Ruego al Espíritu Santo que infunda en mí su
luz y fortaleza para crecer en la humildad de los pastores.
Petición
Señor,
ayúdame a incrementar mi amor por María.
NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA
GLORIAM