Una vez más, en el incomparable escenario que nos
proporciona el monasterio de Uclés en la provincia de Cuenca, entre los días 23
y 24 de noviembre del año de nuestro señor 2018 y 900 de la Orden del Temple,
hemos celebrado una nueva investidura, en la que nuevos caballeros y damas han
realizado sus votos como soldados de la blanca milicia de Cristo.
En este año tan especial, se conmemora el noveno centenario
de la creación de la Orden. Año en el que todos los que somos Templarios nos
hemos sentido orgullosos de vivir este momento histórico, ya que el Temple está
ante un nuevo y fervoroso resurgir de la Orden.
Resurgir que se está
produciendo y que estamos viviendo. Porque esta es una gran verdad, los valores
que los templarios defendemos y compartimos, cada día que pasa, calan más hondo
en nuestra sociedad y cada vez son más y más las personas que desean combatir a
nuestro lado para que el bien triunfe y el mal desaparezca de nuestros
corazones y por ende de la sociedad.
Sí estimado hermano y sí estimado lector esta investidura ha
sido, al igual que otras veces, un enorme gozo y un gran fin de semana para la
orden, porque Dios está con sus hijos y nunca los abandona. Él, es el escudo y
la armadura que nos protege de los envites que el maligno nos acomete.
Los preparativos comienzan semanas antes, incluso meses.
Nuestros preceptores preparan a los nuevos postulantes, con gran amor y
entusiasmo. Su tarea es ardua y constante. Su dedicación, siempre para mayor
gloria de Dios, es impagable. Son horas y horas y horas de trabajo, de
enseñanza y pupilaje que en pocas ocasiones es reconocida, de ahí que hoy, yo,
les quiera rendir su merecido homenaje y reconocimiento porque sin ellos, … No
quiero pensar qué sería sin ellos. A todos mis hermanos preceptores, de todo
corazón, GRACIAS.
Cuando los hermanos preceptores ven que, el postulante ha
adquirido los conocimientos necesarios, cuando son dignos de ser investidos
como caballeros, como damas o como sargentos, comienza el trabajo de los demás.
Multitud de preparativos, de los que se encargan varios hermanos
y que, sin esa labor, en la que siempre aparecen piedras en el camino, no
podría realizarse las ceremonias de investidura.
Los preparativos conllevan un gran peso y mucha
responsabilidad que recae sobre nuestros hombros, la responsabilidad es aplastante
en algunos momentos, pero no nos importa porque lo que hacemos, siempre,
siempre, para mayor gloria de Dios.
Poco a poco se van ultimando los preparativos para el que ha
de ser, un fin de semana maravilloso.
Cabe destacar, y
tengo que hacer una reseña y que agradecer, a un importante miembro del clero
de Cuenca, que quiso acompañarnos en nuestra investidura y vivir de primera
mano, la devoción que profesamos a Dios nuestro señor, a Jesucristo, general
supremo de los ejércitos celestiales y de nuestra madre la Santísima Virgen
María.
Con esta gran
noticia, y llenos de alegría continuamos con nuestra labor.
Los postulantes superaron con gran valor y determinación
todos los requisitos necesarios para llegar a su investidura, y aunque algunos
no pudieron llegar a esta investidura, lo harán en las próximas. Tan solo se ha
retrasado lo que ha de ser inevitable, que sean caballeros y que presenten
feroz batalla, aunque batalla ya libran con su preparación, porque estas
piedras, baches y pruebas que han encontrado en su camino, y que al final solo
refuerzan su fe, su compromiso y su determinación, los llevarán a llegar a
alcanzar su meta.
Más pronto que tarde, se investirán y lo harán con más
fuerza y determinación si cabe, para, junto con el resto de sus hermanos,
combatir el mal.
Así pues, llego el día 23, poco a poco, tanto postulantes
como caballeros llegan al monasterio. En esta ocasión, he tenido el gran honor
de conocerlos en persona antes de este día, ya que me acompañaron el día en que
tuve el privilegio de representar al Gran Priorato de España y en general a
toda la Orden, junto a ellos, en la catedral de Valencia, el día de la
festividad del Santo Cáliz.
Las horas antes de la vela de armas fueron alegres y
emocionantes, no puedo dejar de recalcar el hecho de que personas, que puede
que solo tengan en común su amor a Dios y su compromiso con Él por medio del
temple, sientan y vivan un hermanamiento de este calibre desde el minuto uno. Con todo dispuesto, comenzamos con la vela de armas.
La noche, transcurre tranquila y placenteramente. La
ceremonia, intensa y emotiva para todos, discurre sin contratiempos. El periodo
de liturgia nos va acercando el amanecer y a altas horas de la madrugada damos
por terminado el acto. Nos retiramos a descansar.
Al comenzar la jornada del día 24, después de un buen
desayuno, y mientras esperamos a que lleguen el resto de los hermanos que nos
acompañarán, y arroparán a los postulantes, con ayuda de mis caballeros,
preparamos la siguiente ceremonia, todo se desarrolla correctamente, y cuando
el resto de mis hermanos llega, junto a la alegría de recibirlos, llegan
también visitantes al monasterio que, curiosos, no acaban de entender que
hacemos vestidos con prendas medievales.
A todos los que nos preguntan cuál es la finalidad de estar
ataviados de esa guisa, y cortés mente les respondemos, más en todos los rostros
de los visitantes se percibe un gesto de curiosidad y sorpresa que tantas otras
veces hemos visto.
Ante el asombro de los visitantes, formamos en el patio para
pasar y dar comienzo la siguiente ceremonia.
Una vez concluida la ceremonia y ya todo más relajado, pasamos
al comedor a reponer fuerzas para la ceremonia pública, en la cual los nuevos
miembros de pleno derecho de la orden de los Pobres Caballeros de Cristo, serán
dados a conocer al mundo. Y todo el mundo los reconocerá como Templarios,
caballeros de la SMOTH MIT POCAC, defensores de la iglesia y de la palabra de
Dios.
Después del merecido ágape, dimos paso a la ceremonia
pública.
Esta, se desarrolló junto con la Eucaristía. Una ceremonia
que, por su sencillez y por sí misma, brilla sin nada que pueda empañarla, la
cual compartimos con todos los visitantes del monasterio que, curiosos,
quisieron asistir. Esta sana curiosidad, convirtió así a los curiosos
visitantes del monasterio en testigos involuntarios del nacimiento de nuevos
guerreros al servicio de Dios.
Acabada la ceremonia pública y con la alegría de recibir a
nuestros nuevos hermanos de armas, damos paso al Capitulo general, en el que
nuestro Gran Maestre nos pone al corriente de los proyectos de la orden y en el
que entrega a los nuevos caballeros y a los veteranos el reconocimiento que se
merecen.
Una vez terminado el capítulo general y entregados los
reconocimientos a los caballeros que, por su entrada en la orden o por su
labor, merecían el reconocimiento de todos, después de eso, llegaron las
conclusiones.
Todos, creo que más o menos, llegamos a la misma, y es que
por muy fuerte que nos quieran golpear las fuerzas del mal, nunca, nunca,
nunca, podrán acabar con nosotros, ya lo demostraron nuestros hermanos mayores,
porque estamos unidos por la misma causa y bajo la sabia dirección del Gran
Maestre.
Cada día que pasa, somos un ejército más grande y más unido,
y todos los golpes que podamos recibir, aunque sean destinados a un solo
hermano, los sufrimos todos y por ese mismo motivo, no nos afectan porque en
nuestra unión esta nuestra fuerza y porque Dios nuestro señor, está de nuestro
lado. Formamos un gran equipo, en el que las debilidades de uno son suplidas
con creces por las virtudes del resto de sus hermanos. Protegidos sin duda por
el escudo y la armadura de Nuestro Señor.
Llega la noche, los hermanos que vienen de más cerca
regresan a sus casas, otros nos quedamos para partir al día siguiente y poder
disfrutar más de la compañía y la fraternidad de los hermanos.
Qué duda cabe, después de la intensidad del fin de semana,
con contratiempos incluidos, la compañía de los hermanos y la oración, es el
mejor bálsamo para el espíritu. ¡Qué gran hermandad! ¡Qué grandes todos mis
hermanos! ¡Qué grande es saber que uno cuenta con todos los demás para lo que
necesite!
En la mañana del domingo, después de desayunar y de zanjar
todos los temas pendientes, entiéndase logística y otra serie de cuestiones,
los que nos hemos quedado de “retaguardia” nos hallamos ante el momento en el
que llega la triste despedida. Pronto volveremos a estar juntos hermanos.
Todos hemos salido de Uclés con las pilas cargadas y con la
certeza de que podemos contar con todos nuestros hermanos, vengan de donde
vengan, para lo que necesitemos, y sobre todo para mejorar, para parecernos lo
máximo posible a Cristo Dios Rey Celestial. Eso es lo más importante que me
llevo, no solo a mis nuevos hermanos, que estarán siempre y pase lo que pase en
mi corazón, sino también la certeza de que somos uno y todos aportamos, siempre
PARA MAYOR GLORIA DE DIOS.
De esta forma y como es costumbre en mi me despido como lo
hacían nuestros hermanos mayores.
Que la tierra se vaya haciendo camino ante tus pasos.
Que el viento sople siempre a tus espaldas.
Que el sol brille cálido sobre tu cara.
Que la lluvia caiga suavemente sobre tus campos,
Y hasta tanto volvamos a encontrarnos, que Dios te guarde en
la palma de sus manos.
NON NOBIS DOMINE, NON NOBIS SED NOMINI TUO DA GLORIAM