Historia
Hacia la mitad del siglo segundo aparece la preparación de
la Pascua, entendida entonces como recuerdo de la muerte salvífica de Cristo, Viernes Santo. Algunas comunidades cristianas, en la Galia, ya practicaban el
ayuno el Viernes Santo, las otras también lo hacían el Sábado Santo y alguna
que otra también el Jueves Santo e incluso el Miércoles Santo. Los fieles en
África, así como los de Roma aplicaban el ayuno el viernes y el sábado Santo.
Las comunidades de Egipto conocían el ayuno semanal, aunque aquí se daba una
cierta libertad.
La determinación de 40 días de preparación.
La preparación de cuarenta días para la fiesta de Pascua fue
introducida a comienzos del siglo IV d.C. Se estableció así el primer domingo
de Cuaresma como comienzo de la preparación. Con el pasar del tiempo nació la
convicción de que el ayuno constituía la más importante y casi la única forma
de preparación para la Pascua. Pero dado que el domingo no se ayunaba, fue
necesario adelantar el comienzo de la Cuaresma agregando los días que faltaban.
Esto sucedió gradualmente y desde el siglo VII el Miércoles de Ceniza marcó el
comienzo del período preparatorio para la Pascua.
La imposición de las cenizas.
La imposición de las cenizas apareció en el siglo IX y
estuvo relacionada con la penitencia pública (cuando un cristiano pecaba y
comenzaba un camino de conversión, lo debía hacer públicamente). Con la
desaparición de esta última, los sacerdotes comenzaron a imponerles las cenizas
a todos los fieles.
Los primeros testimonios de la bendición solemne de las
cenizas se remontan al siglo X. La Iglesia de Oriente prolongó el período de
preparación a ocho semanas y esto indujo también a la Iglesia de Occidente a
extender el período de preparación con otros tres domingos antes de la
Cuaresma.
Sentido teológico
y espiritual
El camino de preparación de los catecúmenos.
El período de la Cuaresma tiene una riquísima historia en la
liturgia. Constituyó, en primer lugar, el tiempo de la preparación definitiva
de los candidatos al bautismo, el cual se administraba en la vigilia pascual.
Los ritos ligados a esta preparación eran llamados
“escrutinios”. Desde el s. V en Roma, se conocían tres escrutinios públicos en el
tercer, cuarto y quinto domingo. Se les entregaban solemnemente –como toda una
“transmisión”- a los candidatos los cuatro Evangelios, la profesión de fe y la
oración del Señor. En esta preparación tomaba parte la comunidad de los
creyentes, y de esta manera también la preparación al bautismo de unos era para
los otros la ocasión de meditar en su propio bautismo.
¿Qué se hacía en esos días?
El período de preparación de cuarenta días se constituyó en
un período de la penitencia que con el tiempo se redujo principalmente al
ayuno. El ayuno, inicialmente facultativo, se convirtió en costumbre, y desde
el s. IV fue definido con prescripciones que en el Medioevo serán obligatorias
para todos. Completaban al ayuno, la oración y la limosna.
La Iglesia de Roma instituyó una liturgia de las
“Estaciones”, que con el tiempo fue acogida en muchas otras ciudades. Consistía
en esto: el Papa, en los días de Cuaresma, celebraba la Misa en las diversas
Iglesias de la Urbe con la participación del clero y de muchos fieles. En
algunos días se reunía en una de las Iglesias, donde con el canto de las
letanías se dirigía a la Iglesia de la “Estación” para celebrar la Eucaristía.
Las últimas semanas de la cuaresma estaban dedicadas a la
meditación de la Pasión del Señor. La lectura del Evangelio de S. Juan
demuestra la lucha de Cristo con los fariseos y pre-anuncia la muerte del
Salvador.
En la conciencia de los fieles, la meditación de la pasión
de Cristo dominó la espiritualidad de este período. Se conoció entonces la costumbre
de velar los cuadros y los crucifijos en los últimos días de la Cuaresma.
Nutrirse del pan de la Palabra en el desierto.
Las palabras de S. Pablo: “Les suplicamos en nombre de
Cristo: ¡déjense reconciliar con Dios! ¡Este es el tiempo favorable, este es el
día de la salvación!” (2Cor 5,20; 6,2), demuestran lo que es la Cuaresma para
la Iglesia y para cada creyente.
Este es el tiempo de la salvación, porque estamos viviendo
el misterio del Hijo de Dios que muere por nosotros sobre la Cruz. La Iglesia
en estos días toma conciencia de participar en la gran obra de redención del
mundo, emprendida por Cristo.
El cristiano, por su parte, vive más profundamente la
realidad de su propio bautismo: en este sacramento ha muerto junto con Cristo y
al mismo tiempo con él ha resucitado a una nueva vida, ha alcanzado
verdaderamente la salvación. En este período de salvación, la Iglesia desde los
primeros tiempos se nutre abundantemente de la Palabra de Dios, del pan que
viene de la boca de Dios, para reforzar su fe como único medio capaz de introducirnos
en la realidad divina.
“¡Conviértanse y crean en el evangelio!”. “¡Déjense
reconciliar con Dios!”. La Iglesia les dirige estas palabras a todos los
creyentes.
La salvación de Dios es accesible a cada hombre, la potencia
de la redención de Cristo puede abrazar a cada uno, pero se requiere la
apertura del corazón, la disponibilidad para acoger el don del cielo, la
respuesta decidida. El pecado constituye un obstáculo. Frente a la grandeza de
los dones de Dios, nos damos cuenta en estos días del mal cometido, de nuestra
debilidad, fragilidad y pecaminosidad.
Esta toma de conciencia ocurre tanto en la Iglesia, en
cuanto comunidad, como en cada uno de sus miembros. El tiempo de la Cuaresma es
el tiempo de la conversión, del apartarse del pecado, el tiempo del cambio de
corazón y de la manera de pensar. La conversión así entendida exige el
sacrificio, la negación de sí mismo, la lucha contra sí mismo. Pero el tiempo del
arrepentimiento y de la conversión es, con todo, ante todo el tiempo del perdón
por parte de Dios y el tiempo de la misericordia de Dios. Dios llama a la
conversión y perdona a quien se lo suplica, es paciente con el pecador. De aquí
surge la oración asidua, cargada de fe y de esperanza.
El tiempo de la cuaresma, así entendido es un tiempo de
intensa vida espiritual, de lucha contra sí mismo y contra las fuerzas del mal.
Es el tiempo del acercamiento a Cristo.
NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA GLORIAM