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domingo, 10 de julio de 2016

ESPIRITUALIDAD

La auténtica religiosidad nos anima  a recordar los valores del Evangelio transmitidos por el estrictamente privado. Hay que obedecer a Dios para volver de verdad al hombre, respondiendo a las grandes preguntas de éste, y mostrando la aportación de humanidad, de razón y de libertad, que ofrece la fe cristiana.

Es cierto que el hombre puede excluir a Dios del ámbito de su vida. El alejamiento de Dios lleva consigo la pérdida de aquellos valores morales que son base y fundamento de la convivencia humana.

La religión cristiana favorece la vida espiritual de las personas y de los pueblos, iluminando la dimensión cultural y social, la económica y la política. “No se trata de una confrontación ética entre un sistema laico y un sistema religioso, sino de una cuestión de sentido al que se confía la propia libertad”, ayudando a la persona a tomar conciencia de su verdadera identidad. Y el progreso pretende sustituir la providencia de Dios.

Es momento de preguntarnos qué es lo que amamos en una cultura marcada por lo efímero y lo voluble, donde los vínculos son cada vez más superficiales, donde el individualismo hace vulnerables a las personas y donde se pretende que la vivencia religiosa quede marginada.

Dios nos ama y nos bendice con la gratuidad de su gracia. Somos llamados a reflejar la presencia de Cristo en el mundo y a discernir creyentemente la realidad. “Cristo, resucitado de entre los muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza.

El espíritu del Resucitado nos hace sentir la urgencia y la belleza de anunciar su Palabra y dar testimonio de Él entre los hombres. “En el cristianismo todo termina siendo derivado de Cristo o referido a Cristo: la búsqueda de Dios, la esperanza humana, la relación con el prójimo.


Podemos hacer presente el amor de Cristo en el mundo. Dirigir nuestra mirada al cielo es posibilitar que en la tierra brille el reflejo de la gloria de Dios.
NON NOBIS DOMINE NON NOBIS SED NOMINI TUO DA GLORIAM